domingo, 21 de enero de 2007

Visión póstuma



"[...] Una vez que tengamos esta administración económica global de la tierra que nos espera inevitablemente, la humanidad podrá encontrar su mejor sentido como maquinaria a su servicio: como un enorme engranaje de ruedas cada vez más pequeñas, cada vez más finamente adaptadas; como un volverse cada vez más superfluos todos los elementos dominantes y de mando; como un todo de enorme fuerza cuyos factores singulares representan fuerzas mínimas, valores mínimos. En oposición a este empequeñecimiento y adaptación del hombre a una utilidad especializada es preciso el movimiento inverso -la generación del hombre que sintetiza, que suma, que justifica, para el cual aquella maquinización del hombrees una condición previa de existencia, como un sustentáculo sobre el que puede inventarse su forma de ser superior...

[...] - Se puede ver que lo que combato es el optimismo económico: como si con los gastos crecientes del todo también tuviera que crecer necesariamente el provecho de todos. A mi me parece que ocure lo contrario: los gastos de todos se suman en una pérdida global: el hombre se reduce: -de manera que no se sabe más ha servido este enorme proceso. Un ¿para qué? un nuevo ¿Para qué? -eso es lo que necesita la humanidad..."

Friedrich Nietzsche. Fragmentos póstumos. Vol IV.
Fragmento 10 [17]
Otoño de 1887.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Menuda coincidencia. Precisamente el último día del seminario con Vermal se comentó algo acerca del mercado (como lugar o sistema y como símbolo) en el Zaratustra de Nietzsche.

Un saludo.

El Pez Martillo dijo...

Una pena que no pudiera ir. Cosas de los horarios de trabajo. Puse este fragmento porque parece que está hablando de nuestro tiempo, cuando en realidad lo escribió hace más de cien años. Es algo que siempre me ha llamado la atención de Nietzsche, la capacidad que tenía de anticipar acontecimientos. Y lo peor es que lo hacía a conciencia (ya sabes, decía que él era un "hombre póstumo", y que hablaba de lo que estaba por ocurrir). En cualquier caso, que nadie se piense que hacía profecías, no era un nostradamus.