sábado, 2 de agosto de 2008

Limes


Las zonas en las que terminan las poblaciones y empieza el campo tienen un atractivo especial. Se trata de lugares con un cierto aire decadente, o bien barrios antiguos y semiabandonados, o muy nuevos y como a medio construir. Es frecuente ver aceras y calzadas que cuadriculan solares en los que aún no hay nada. Farolas que no iluminan a nadie, eso cuando funcionan y no están sólo como elemento decorativo. Suciedad y dejadez campan a sus anchas por estos lugares, ya que los servicios de limpieza no pasan aún con la asiduidad necesaria, si es que pasan. Uno tiene la sensación de que estos lugares son también fronterizos en lo legal, de que hay alguna irregularidad ahí.

Si nos ponemos del otro lado, del campo, nos encontramos con que, igual que el desorden de lo natural se cuela en lo humano en el límite, también podemos encontrar rastros humanos en medio de lo salvaje. Una valla, escombros, suciedad, ruedas, algún electrodoméstico, restos de las construcciones, papeles... Es increíble lo que se puede encontrar ahí. Como compensación, parece que hay en esas zonas una proliferación exagerada, casi salvaje de vegetación. Como si la naturaleza pusiera un muro de contención al avance del cemento. Esto se ve potenciado si el campo que hay al lado es un bosque. En definitiva, hay una sensación de abandono en estos sitios, de estar en tierra de nadie, en un espacio que no es ni lo uno ni lo otro, pero los dos a la vez.

Son lugares solitarios, en los que se apodera de uno una cierta inquietud, porque se siente saliendo de la civilización, como en un medio todavía no domesticado, a medio hacer, y por lo tanto, aún asequible para la incertidumbre y las actividades poco claras. Porque, en tanto que límites, que regiones indecisas, son sitios perfectos para actividades limítrofes y en los márgenes. Carreras, tráficos de sustancias varias, escondites para jóvenes amantes..., cualquier cosa puede tener lugar en estos espacios.

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