lunes, 15 de enero de 2007

De la enfermedad


Muchas veces he oído eso de que en la enfermedad las mujeres son más sufridas que los hombres. No sé si la cosa tiene alguna validez, puesto que han sido ellas las que me lo han dicho. Pero por mi experiencia profesional diría que algo de razón no les falta. Al menos diría que los hombres tenemos un potencial mayor de intolerancia a la enfermedad y el padecimiento.

Veamos. Todo ser humano (en principio, hombre y mujer) tenemos un origen puramente orgánico. Somos engendrados en la humedad profunda y viscosa de la caverna-útero. Pero pronto nos expulsan de ahí, otorgándonos una inercia de distanciamiento de lo orgánico. Durante la infancia, la organicidad está aún muy presente, pero poco a poco nos abrimos a nuevas dimensiones cada vez más abstractas y menos biológicas (lenguaje, números, cultura, religión...). A pesar de ello, el recuerdo de la expulsión está siempre presente, y de forma constante queremos volver a ella. Ahí es donde empiezan a marcarse las diferencias hombre-mujer. La mujer, en tanto que poseedora de útero, es caverna ella misma, tiene en ella la posibilidad de profundizar y continuar el ciclo de la humedad. El hombre, en cambio, sigue con su inercia de abstracción y huida de lo orgánico. Pero es algo trágico, ya que él también desea la caverna, desea el retorno a las viscosas interioridades femeninas. El acto sexual como retorno a la originariedad (retorno temporal, parcial, incompleto, angustioso), en el que la mujer queda mucho más satisfecha que el hombre, que siempre sentirá en él la inercia, la angustia del querer y no poder. La mujer en cambio, al dar expresión a lo pantanoso que hay en ella da satisfacción más plena a ese ansia de retorno, porque ella es básicamentre pantano. A partir de estas consideraciones podemos apreciar una orientación en la mujer más hacia al interior, mientras que en el hombre es más hacia el exterior (interior-exterior respecto a esa organicidad originaria). Eso que también se dice sobre la madurez, que las mujeres maduran antes que los hombres también se puede explicar desde estas consideraciones, al llegar la mujer a un estado más sereno, más estático respecto a ese impulso primero del nacimiento (en este caso, madurez como quietud). El hombre sigue en la inercia sigue impulsado hacia adelante, huyendo siempre hacia cotas más altas en la espiritualidad (vista aquí como no-organicidad creciente).

Vamos ahora a lo de la enfermedad. En ella, al menos en el concepto tradicional que todos tenemos en mente de la enfermedad (la de una alteración en el funcionamiento del organismo), se produce un paso al frente de lo orgánico. Nuestro cuerpo, que de forma habitual está funcionando como en un segundo plano, pasa a ser protagonista. Dolor, molestias, incomodidad, picor, mareo, náusea... todo son fenómenos puramente corporales, que hacen que nos distraigamos de otras cosas. La inercia se ve frenada. Aunque junto a la inercia hay un impulso de retroceso, de cierto retorno a la organicidad originaria, cualquier alteración en lo orgánico no deja de ser sentida como intolerable por la inercia. Si siempre hay una confrontación entre los dos impulsos, en la enfermedad lo es más, y parece que la fuerza de lo orgánico puede con la inercia. Eso aumenta la angustia y el padecimiento del enfermo. Teniendo en cuenta lo dicho sobre el hombre y la mujer, es fácil comprender que la mujer tenga una tolerancia mayor a la enfermedad, ya que ella vive más en lo orgánico y se ha de ver con ello todos los días. El hombre en cambio, al tener esa inercia más acusada y viviendo más alejado de todo lo corporal (el impulso de retorno también es más fuerte, puesto que la distancia es mayor y los momentos de acoplamiento con lo orgánico son más insatisfctorios), vive la caída en lo orgánico (digamos que es una caída, puesto que no es voluntaria ni reponde de modo exacto al impulso de retorno) que representa la enfermedad de modo más angustioso.

3 comentarios:

Johannes A. von Horrach dijo...

Pez, muy interesante lo que cuenta. Como tengo prisa (me voy a la autoescuela) le contesto en breve, luego ampliaré: creo que las mujeres son más 'sufridas' por su origen ctónico, pues eso las hace estar más en contacto con lo telúrico, más en paz con las bacterias y los virus, jajajaj, que son más clementes con ellas. En serio, seguro que hay algo
de eso. Luego hablamos, saludos.

Johannes A. von Horrach dijo...

¡¡Amigo Pez, chapeau!! Sin desmerecer a otras entradas, creo que es de las mejores que ha escrito usted, enhorabuena. Veo que sigue los pasos 'paglianos', me alegro. En mi coment anterior no había leído toda la entrada, y se me había escapado toda esa teorización que usted hace sobre la mujer-pantano: maravilloso. ¿No son los pantanos lugares poco sanos y dados a cultivar enfermedades? Preciosa analogía.

Lo del sexo como intento de asaltar la caverna ctónica también es de mi agrado. Amigo Pez: si su tesis doctoral va a ir por estos derroteros, aquí tiene un seguro lector de sus análisis.
Saludos.

El Pez Martillo dijo...

No sé si mi tesis irá por estos derroteros, son sólo cosas que me vienen a la cabeza a bote pronto en mis momentos de aturdimiento. De todos modos es evidente que están encuandradas en la temática sobre la que pienso trabajar.

Por otro lado, es verdad que los pantanos son lugares peligrosos y malsanos, pero por otro lado también son sitios de gran riqueza y voluptuosidad vital (miles de insectos y otras especies se dan cita en ellos, por no hablar de anfibios y reptiles, figuras clásicas de lo viscoso y apegado a la tierra). En las grandes alturas no hay vida ni nada que pueda crecer o prosperar.