martes, 11 de septiembre de 2007

La Misericòrdia


Cuando era pequeño, mi abuela me llevaba a jugar a lo que se supone que es el jardín botánico de Palma, situado en el recinto que aquí conocemos como La Misericòrdia. A mi siempre me impuso mucho ese lugar. Me daba miedo, e incluso había algunos rincones a los que no me atrevía a acercarme. Tanto es así que cuando me llevaban allí, en lugar de corretear por ahí, como haría cualquier niño, me estaba quieto y procuraba no alejarme mucho de los mayores. Había (y aún hay, la foto es del otro día) un ficus enorme que dejaba una parte del jardín en penunmbra, y también una especie de alcachofas negras que a mi me aterrorizaban. Al final, dejaron de llevarme, claro.

Con el tiempo he ido descubriendo la historia de aquel lugar, y he comprendido parte de ese temor que me inspiraba (y aún ahora, porque sigue teniendo un halo extraño). Se trata de un edificio que ha sido inclusa, hogar de pobres, manicomio..., un lugar que ha acumulado sufrimientos y angustias, y que para colmo, está construído encima de un cementerio. No sé si es posible eso de la impregnación de un lugar por lo vivido en él, sobretodo si son vivencias intensas, o es más cosa de la memoria colectiva, que nos dice que ese sitio es lugar de sufrimientos, pero la cuestión es que estos lugares tienen un aura extraña y a menudo inquietante. El mismo nombre, misericordia, no le inspiraba nada bueno a mi mente infantil. Pero como uno ha crecido y no cree en esta clase de cosas, esta mañana, que he pasado por delante, me he decidido a entrar. En la actualidad, el edificio es un centro cultural en el que se realizan exposiciones y hay unas cuantas bibliotecas, así que para matar el rato he entrado, ya que no lo tengo muy visitado (a lo mejor por reminiscencias de mis miedos infantiles). La construcción es antigua, data de principios del XIX, y está parcialmente restaurada, quedando buena parte cerrada al público y en espera de una remodelación que nunca acaba de llegar, a pesar de que hay planes desde hace tiempo. Las escaleras de la zona abierta son estrechas, vetustas, de esas en las que te sientes encerrado, con varias vueltas que impiden ver dónde terminan, aumentando la sensación claustrofóbica. En medio de un tramo sin ventanas, he pensado que no me gustaría trabajar, que ahí dentro tiene que haber fantasmas fijo. Me encantan las historias de fantasmas, saber de sitios en los que se dice que se han visto cosas raras, a pesar de no creer en ellos. Algún día tengo que contar las "apariciones" que se comentan en mi hospital.

Medio divertido por mis ocurrencias, he salido y he vuelto a la luminosidad de las Ramblas, dispuesto a volver a casa, que ya llevaba un rato caminando y empezaba a acusar las altas temperaturas del mediodía. Al llegar al hogar, la rutina, ordenador en marcha y a consultar las cuatro páginas habituales, por ver si había novedades. La sorpresa me ha asaltado cuando leo en los titulares que en La Misericòrdia hay fantasmas. Casualidades de la vida, he tenido que ir a pensar lo que he pensado el día en que la prensa publica, en portada, lo mismo que yo había pensado bajando aquellas escaleras. A veces me doy miedo a mi mismo.

2 comentarios:

Johannes A. von Horrach dijo...

Lo de la Misericordia es de traca. Con la de malos rollos que colecciona su historia, no debemos olvidar el peor de todos. Que durante estos últimos 12 años (si no me equivoco) su 'dueña' ha sido... ¡¡¡la Munar!!! Menuda guinda.

Sobre lo del automiedo: es lógico, querido amigo, recuerde que usted pertenece a ese espantoso y enloquecido colectivo llamado Conmoción y Espanto :-)

El Pez Martillo dijo...

Con lo de la Munar sí que me he acojonao!

Me gusta lo de colectivo para referirse a Conmoción y Espanto.