miércoles, 19 de diciembre de 2007

Granada


En el ágora, la gente nos otorga una personalidad, una imagen, un Yo. En buena parte, nuestro Yo coincide con el que se nos adjudica. Pero conviene dejar una plaza fuerte frente a los demás, un reducto, algo que quede no-tocado (que, en sentido estricto, no sería más Yo, puesto que el Yo es más los demás que yo). El problema es cuando nos acabamos creyendo ese Yo alieno, adoptando siempre la forma que la sociedad nos otorga. Entonces nos perdemos, nos alienamos y estamos a merced. Puede que el individualismo tenga mucho de esto. Cuando nos abandonamos, creyendo afirmarnos, nos situamos al borde de la desaparición.

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