viernes, 11 de abril de 2008

Visita hospitalaria (I)



En torno a las visitas hospitalarias hay todo un mundo. Es algo que desde siempre (desde antes de entrar de lleno en el mundo sanitario) ha acaparado mi atención. Y es que el tener que visitar a alguien ingresado es un acontecimiento con cierta solemnidad.

Se supone que de lo que se trata es de animar y hacer un poco más entretenida la estancia del enfermo (los hospitales, entre otras cosas, son aburridos). Al menos eso es lo que debería ser. Pero, mira tú qué casualidad, al final se convierte en una oportunidad para los visitantes de mostrar lo buena gente que son, que van a ver al conocido enfermo. Y lo peor es que en estos casos se dice con toda la sinceridad: "hemos de ir para quedar bien" (aunque, en realidad, nos de una pereza enorme). Obviamente, esto sólo ocurre con los conocidos que nos importan poco, con los que nos daría igual relacionarnos o no. Porque cuando alguien es importante, no nos lo pensamos tanto y vamos porque sí (porque es nuestro deber). Cuando vamos por deber, pueden ocurrir situaciones extrañas, como ocurre con los familiares con los que estamos peleados. En este caso, lejos de animar, podemos estar creándole un problema al enfermo, ya que a lo mejor la última persona que querrían ver es a nosotros. En estas visitas suele haber tensión, silencios y no saber qué decir. En algunas ocasiones pueden servir para iniciar una reconciliación, pero las más de las veces suele ser motivo para agudizar las malas relaciones y crear más malestar ("con lo que me hizo, encima ha tenido la cara de venir a verme").

Con esto, me meto de lleno en el asunto de las broncas de las visitas hospitalarias, que es lo que más me mosquea de todo esto. Porque la solemnidad y la obligación de visitar a los enfermos es casi sagrada, y el hecho de no ir a ver a alguien puede ser motivo de peleas. Seguro que todos conocemos algunos casos de gente molesta con otra gente porque "aquella vez que estuve ingresado no me vino a ver". Por norma general, son cosas que quedan aparcadas, pero salen como un resorte ante el primer roce. O eso o el "yo te visité en el hospital cuando estuviste enfermo". A partir de aquí, la bronca está asegurada. La cosa es aún peor cuando, al venir esa visita que no perdonaríamos que no se realizara, la recibimos con un "pero si no hacía falta que vinieras", halagando los oídos del visitante, haciéndole sentir más que amable, cuando en realidad lo que le estamos diciendo es que hubiérmaos preferido que no hubiera venido para así tener un arma defensiva para cuando sea necesario.

Lo dicho son sólo unos apuntes de un tema que, bien expuesto, podría dar para escribir un libro entero. Y eso que sólo me he centrado en el lado del enfermo (porque las relaciones del personal sanitario con las visitas también tiene miga, mañana lo cuento).

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