domingo, 31 de mayo de 2009

Ecos de anoche VI

Hace tiempo que no cuelgo nada de mis salidas nocturnas. Lo cierto es que llevo una temporada bastante tranquila y apacible, en la que salgo menos y de forma más tranquila. Ya no hay explosiones de euforia, ni de melancolía que reflejar por aquí. Sí de extrañeza, como anoche. La ciudad y algunos de sus locales (al menos los que yo visito) parecían tomados por el pijerío. Entiéndaseme, no es que quiera criticarlos, sólo es que había demasiados y por todas partes. Con sus zapatillas náuticas, sus polos en tonos pastel y sus camisas blancas de cuadros a medio remangar (sólo una vuelta de puño) y sus melenas aznarianas.

Acostumbrado como estoy a gafapastas-perroflautas-okupa-hippiosos, y entre los que, a fuerza de compartir espacios (que nadie se confunda, que no soy de esos), me he acabado sintiendo cómodo, el cambio de fauna me perturbó. Si no es porque los locales los conozco demasiado bien, diría que me había equivocado de sitio e ido a algún sitio de moda pijo.

Mi cabeza, a pesar de la cerveza, empezó a darle vueltas a la cosa. ¿Será que las tendencias de este verano imponen el paso de ir enseñando los calzoncillos a llevar la camisa por dentro del pantalón? ¿O es, más bien, que como es último fin de semana de mes, y con eso de la crisis sólo pueden salir los que tienen más posibles? ¿O, también por la crisis, hay que ir aparentando un nivel que no se tiene? Yo sólo sé que yo iba con mis vaqueros, mis sandalias y mi camiseta-souvenir (y sin afeitar desde hace muuuuchos días), y que todo el mundo a mi alrededor (menos el grupo de chicas que estaban de despedida de soltera que, mire usted qué casualidad, habían ido a ponerse justo a mi lado) parecía salido de un congreso de Nuevas Generaciones del PP. Un poco desconcertante todo, la verdad.

Por si todo esto fuera poco para hacerme sentir irreal, llegó el momento bizarro de la noche. Yo había estado brincando y cantando todo el rato (habitual en mí, que me euforizo con facilidad), y la gente que por allí había, habían estado con sus copas, tranquilos, buitreando a las de la despedida, sin armar mucho escándalo. Cuando, de pronto, pusieron esto:



Y entonces empezó a revolución pija. No sé qué les aportó esa canción, que se pusieron a bailar como locos. Y yo que me quedé quieto, por la sorpresa y el impacto (inexplicablemente, aunque yo no me movía, todo daba vueltas a mi alrededor). Que conste que no tengo nada contra la canción ni contra los pijos, pero es fácil de comprender lo raro del momento, el tinte onírico que todo adquirió. Menos mal que luego todo volvió a su cauce (es decir, yo semienloquecido y los pijos quietos):



Si no fuera por estos ratos...

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Que yo, en un momento dado, pudiera bailar los Tennessee en un brindis al sol de mi nostalgia, aun cuando sonriéndome, hasta puedo imaginármelo. Pero que la bailaran pavos que probablemente nacerían muchísimo después de los 75, 80... Esa música no debería gustar desde un ejercicio voluntarioso... ¿O es que hay pijos trentaitantañeros? :) Sí, ¿no? Comparto su divertido estupor.

(uff, debería salir más por zona Lonja)

Novell.

El Pez Martillo dijo...

Pues dudo mucho que los que bailaron eso llegaran a los treinta, aunque ya llevaban algún que otro curso en la universidad (quiero decir que no eran niñatos de diecimuchos). Aunque claro, como esta gente van a jugar a pádel y usan cremitas, nunca se sabe...

Saludos.

PENSADORA dijo...

JAJAJAJA!!!! que pena llegar tarde, pero ya me hace gracia.

Aquí en Güeskonsin tenemos la suerte de estar muy agrupaditos y los de las camisitas remangadas ni se atreven a pisar según qué tugurios, cosa que es MUY de agradecer. De todas formas hay una cosa muy curiosa que a usted le hará gracia:

Hay muy cerca de mi casa un local llamado "El Edén", se trata de un sitio muy agradable y amplio con gran variedad musical y calidad en los tragos y el trato. Hasta aquí bien. Es en esta sala donde todos los viernes desde Noviembre hasta Junio hay conciertos gratuitos (por cierto, aquí es donde vienen siempre nuestros queridos wonderbrass), entonces y sólo entonces, los viernes, cuando la fauna del local se asemeja a lo que a usted y a mí nos parecería "normal". Luego, los sábados, se convierte en la cueva de los/las separados/as donde treintañeritas solteritas incautas como yo podemos correr grave peligro de violación, así que está prohibido siquiera pensar en pisarlo. Pero luego, el domingo, la cosa vuelve a cambiar y te encuentras desde una familia completita con nenes y todo hasta la pandilleta de heavys contando batallitas del finde. Para terminar, el resto de la semana, es el lugar de reunión de la "high" oscense pues se llena de ejecutivos con la chaqueta del traje a la espalda la corbata desatada y la sin par camisa remangada...

En fin, vaya rollazo te he metido, pero así es mi Güeskonsin, peculiar donde las haya.

El Pez Martillo dijo...

Eso que cuenta, estimada Pensadora, me parece normal en una ciudad pequeña, en la que no hay mucho de todo (y si hubiera locales para pijos, tendrían una clientela más bien escasa, y quien dice pijos dice lo que sea), por lo que se hace conveniente diversificar.

A mi no me disgusta que hay variedad de gentes. Casi me molesta más la uniformidad. Pero es que lo del otro día fue por sorpresa.