jueves, 10 de febrero de 2011

Precampaña

Hay elecciones a la vuelta de la esquina. El ambiente es claramente preelectoral. Se hacen balances y se acelera la maquinaria propagandística (nunca apagada del todo, pero sí algo más ralentizada). Y el caso es que no me gusta que nos quieran vender la moto y se acerquen a los ciudadanos como si de potenciales clientes se tratara, intentando influir en sus gustos y tendencias a través de la engañosa publicidad y de los medios. 

En mi ingenua concepción de la democracia no hay lugar para toda esta parafernalia. Los ciudadanos, en su libertad, son sagrados, y todo intento de influir en ellos, de determinarlos más allá de su libre voluntad. Deberían presentarse desnudos, sin aditamientos. Que cada partido exponga su programa, nada de juzgar lo que han hecho los demás. Y luego que cada uno decida según sus prioridades, valores, y lo que haya dado de sí la legislatura que termina.

Sí, ya sé que nadie se mira los programas, que tenemos la memoria corta, que la mayoría de gente se deja influir y que al final somos una masa ovejuna pastoreada desde despachos que no podremos escoger. Sí, pero que haya malos ciudadanos no es excusa para que los aspirantes a gobernar sean malos. ¿O será que los malos gobernantes medran por haber malos ciudadanos?. 

3 comentarios:

Johannes A. von Horrach dijo...

Aquí, como la mayoría vota de forma 'identitaria' (yo voto a Los Míos, es igual lo que prometan o lo que hayan hecho antes), sobran los programas. Como mucho, alguna cartita cariñosona cada cuatro años.

Johannes A. von Horrach dijo...

Por cierto, veo que sigue usted escribiendo cada día. Parece que no le importa nada ser el responsable del desplome absoluto del Pacte de Progrés y el 'efecto Font'. No tiene usted piedad de don Xisco.

El Pez Martillo dijo...

Hombre, no me haga usted culpable, que alguna culpa tendrán ellos, ¿no?. Entiendo que las sublimes reflexiones de mi blog sean adictivas y den para pensar durante horas, y que no están al alcance de todo el mundo (lo digo con ironía, que nadie lo tome al pie de la letra), pero ellos deberían tener claro cuál es su deber y aplicarse a ello (la carta se la enseñaré o se la transcribiré, que es muy bonita).

Por lo demás, sí, cada uno vota a los suyos, y los otros son el demonio y no hay que darles ni agua. Es triste pero es así.