sábado, 31 de diciembre de 2016

Al carajo 2016

Termina 2016, un año que nos está dejando un regusto amargo, y no sólo por el reguero de muertes significativas que ha dejado (no siempre por su importancia, pero sí por su poder icónico). Si alguien en los 90 se creyó lo del fin de la historia y a pesar de todo lo ha seguido creyendo, debería haberse bajado ya del guindo, porque la cosa ha ido de sobresalto en sobresalto: atentados varios (en realidad nada nuevo y que no vaya a continuar, pero ayuda a esta sensación de agobio en la que vivimos), Brexit, Trump, nosotros sin gobierno... 2016 ha sido un circo de tres pistas. 

Y 2017 no pinta mucho mejor, me temo que la sensación de ir cuesta abajo y sin frenos, cada vez más acelerados a un abismo del cual no vemos el fondo, va a acentuarse. De muertes, habrá muchas, como todos los años, pero en lo que respecta a la música (el campo en el que la cosa ha sido más dramática en 2016), también tendremos que acostumbrando a ver cómo nos dejas grandes figuras e ídolos, porque los mitos que protagonizaron aquellos años 50, 60 y 70 ya van siendo mayores y el tiempo no perdona. 

En lo personal, 2016 ha tenido casi de todo, pero destacaría un final y la recuperación de sensaciones que creía que ya no volvería a tener (no necesariamente agradables, pero que me agobiaba el haber perdido). Así que sí, en este año preñado de muerte, yo me he sentido muy vivo. 

Que la fiesta continúe.

viernes, 30 de diciembre de 2016

Primeros auxilios en la escuela

A la hora de elaborar los planes de educación, cada profesión tira para lo suyo: los economistas consideran necesario que se enseñen nociones de economía, los informáticos de informática, y así con todo. Yo, como sanitario, considero que en las escuelas debería enseñarse primeros auxilios, pero no sólo por una cuestión de ego profesional, sino porque se pueden salvar muchas vidas si se actúan bien desde un primer momento, ya sea en una muerte súbita o en cualquier clase de accidente o evento que ponga en peligro una vida. Sin embargo, lo que se enseña, si se enseña, es más bien poco. Y tampoco veo que se haga mucho hincapié en ello, y es algo que en mi modesto entender es de cajón.

domingo, 11 de diciembre de 2016

Nuestra gestión sentimental

No es algo nuevo, ni siquiera original, pero de un tiempo a esta parte se me ha instalado la idea de que mi generación (más o menos) tiene un  problema con la gestión de sentimientos. Tal vez sea algo sociológico (estar en una zona de fuerte contraste entre los modelos que nos han implantado nuestros mayores y la realidad de la sociedad), o algo más profundo, pero no nos manejamos bien en nuestras relaciones. Puede ser el miedo que nos atenaza en cada vez más campos a toda la sociedad en general y nos paraliza (como nos bloquea en tantos ámbitos), o puede ser que nos hayamos creado un mundo de expectativas exageradas y poco realistas (nuestra masiva exposición a unos medios que nos han inculcado no pocas falsedades). O, sencillamente, que en nuestro mundo hipertecnificado en el que todo está mediado por algún aparato o algoritmo, hayamos perdido la espontaneidad y la fluidez de unos sentimientos que no podemos comandar con un botón, y así nos compliquemos por cosas que en realidad son muy simples, tan simples como dejarnos fluir, a pesar de que duela (algo que también hay que dejar que ocurra). 

sábado, 10 de diciembre de 2016

La vorágine aniquiladora

La vida moderna y la vorágine que la acompaña nos convierte en seres efímeros que antes de acabar de consumir las cosas ya estamos ansiosos por lo siguiente. Nos dicen que vivamos el presente, pero este dura cada vez menos, en una carrera que lo lleva a ser infinitesimal e irrelevante. Tampoco podemos recurrir al pasado, puesto que la velocidad nos impide retener nada y la tecnología sustituye nuestra memoria, con lo cual cada vez es menos nuestra. Y del futuro no podemos decir mucho, con lo que no nos queda nada. Tan sólo cubrir una carencia que no sabemos ni ubicar ni identificar. 

jueves, 8 de diciembre de 2016

Cohen al principio y Cohen al final.

Algunas semanas han pasado ya desde la muerte de Leonard Cohen. Semanas pesadas, en las que un torbellino de recuerdos y sensaciones encontradas se ha ido formando en mi, en esta montaña rusa en la que vivo instalado de un tiempo a esta parte. Su final me ha afectado, incluso tardé algunos días en poder escuchar alguna canción suya, y aún así me costó. No es que fuera un fan histérico que ha perdido a su ídolo, mi pérdida es más profunda, biográfica porque casi sin quererlo, su nombre va a ir unido a algunos hechos importantes de mi vida. 

Un principio y un final. El 11 de agosto de 2009 Leonard Cohen actuó en Palma. Fui al concierto con una amiga, que esa noche dejó de ser amiga para ser algo más. Algo más que ha ido a menos este año, en el que Cohen nos ha dejado. Por eso él está al principio, pero de algún modo también al final, señalando que el círculo ya está cerrado. 

Todo tiene su fin. La vida y sus historias. Y uno quisiera que cada final escondiera el principio de algo nuevo, o al menos su posibilidad, aunque siempre hay un temor (unas veces tranquilizador, otras desasosegante): que después no haya nada y venga el vacío.